sábado, abril 27, 2013

Idilio


El tren acababa de salir de Génova y se dirigía hacia Marsella, siguiendo las profundas ondulaciones de la larga costa rocosa, deslizándose como serpiente de hierro entre mar y montaña, reptando sobre playas de arena amarilla en las que el leve oleaje bordaba una lista de plata, y entrando bruscamente en las negras fauces de los túneles, lo mismo que entra una fiera en su cubil.

Una voluminosa señora y un hombre joven viajaban frente a frente en el último vagón, mirándose de cuando en cuando, pero sin hablarse. La mujer, que tendría veinticinco años, iba sentada junto a la ventanilla y miraba el paisaje. Era una robusta campesina piamontesa de ojos negros, pechos abultados y mofletuda. Había metido debajo del asiento de madera varios paquetes, y conservaba encima de sus rodillas una cesta.

El joven tendría veinte años; era flaco, curtido; tenía el color negro de las personas que cultivan la tierra a pleno sol. Llevaba a su lado, en un pañuelo, toda su fortuna: un par de zapatos, una camisa, unos pantalones y una chaqueta. También él había ocultado algo debajo del banco: una pala y un azadón, atados con una cuerda. Iba a Francia en busca de trabajo.

El sol, que ascendía en el cielo, derramaba sobre la costa una lluvia de fuego; era en los últimos días de mayo; revoloteaban por los aires aromas deliciosos, que penetraban en los vagones por las ventanillas abiertas. Los naranjos y limoneros en flor derramaban en la atmósfera tranquila sus perfumes dulzones, tan gratos, tan fuertes y tan inquietantes, mezclándolos con el hálito de las rosas que brotaban en todas partes como las hierbas silvestres, a lo largo de la vía, en los jardines lujosos, en las puertas de las chozas y en pleno campo.

Las rosas están en aquella costa como en su propia casa. Embalsaman la región con su aroma fuerte y ligero; gracias a ellas, es el aire una golosina, sabroso como el vino, y como el vino, embriagador.

El tren iba muy despacio, como entreteniéndose en aquel jardín, en aquella blandura. Se paraba a cada instante, en estaciones pequeñas, delante de unas pocas casas blancas, y en seguida echaba a andar otra vez, con paso tranquilo, después de haber lanzado silbidos. Nadie subía a él. Hubiérase dicho que el mundo entero dormitaba, sin decidirse a dar un paso en aquella cálida mañana de primavera.

La gruesa mujer cerraba de cuando en cuando los ojos, pero volvía a abrirlos bruscamente al sentir que la cesta se le iba de las rodillas. La volvía a su sitio con gesto rápido, miraba durante algunos minutos por la ventanilla y se amodorraba de nuevo. Gotas de sudor le cubrían la frente, y respiraba con dificultad, como si la acometiese una opresión dolorosa.

El joven había dejado caer la cabeza y dormía profundamente, como buen campesino.

Súbitamente, al salir de una pequeña estación, pareció despertarse la campesina, abrió su cesta, sacó un trozo de pan, huevos duros, un frasco de vino y ciruelas, unas hermosas ciruelas coloradas, y se puso a comer.

También el joven se había despertado bruscamente, la miraba, siguiendo con la vista el trayecto de cada bocado, desde las rodillas a la boca. Permanecía con los brazos cruzados, fija la mirada, hundidas las mejillas, cerrados los labios.

Comía ella con gula, bebiendo a cada instante un sorbo de vino para ayudar a pasar los huevos, y de cuando en cuando suspendía la masticación para dejar escapar un ligero resoplido.

Se lo tragó todo: el pan, los huevos, las ciruelas, el vino. En cuanto ella acabó de comer, el joven cerró los ojos. La joven se sintió algo apretada y se aflojó el corpiño. El joven volvió súbitamente a mirar.

Sin preocuparse por ello, la mujer se fue desabrochando el vestido; la fuerte presión de sus senos apartaba la tela, dejando ver, entre los dos, por la abertura creciente, algo de la ropa blanca interior y un trozo de piel.

Cuando la campesina se sintió más a sus anchas, dijo en italiano:

-No se puede respirar, de tanto calor como hace.

El joven le contestó en el mismo idioma y con el mismo acento:

-Hace un tiempo hermoso para viajar.

Ella le preguntó:

-¿Es usted del Piamonte?

-Soy de Asti.

-Y yo de Casale.

Eran de pueblos cercanos, trabaron conversación.

Se dijeron la sarta de vulgaridades que repiten constantemente las gentes del pueblo y que bastan para satisfacer a sus inteligencias tardas y sin horizontes. Hablaron de sus pueblos. Tenían enemigos comunes. Citaron nombres, y a medida que descubrían una nueva persona conocida de los dos, iba creciendo su amistad. Las frases salían rápidas, precipitadas, de sus labios, con las sonoras terminaciones y el acento cantarín del idioma italiano. Luego hablaron de sí mismos.

Ella estaba casada y había dejado sus tres hijos al cuidado de una hermana, porque había encontrado colocación de nodriza; era una buena colocación, en casa de una buena señora francesa, en Marsella.

Él iba en busca de trabajo. Le habían asegurado que lo encontraría por allí, porque se edificaba mucho.

Después guardaron silencio.

El calor se iba haciendo terrible, pues caía a torrentes sobre el techo de los vagones. Una nube de polvo se arremolinaba detrás del tren y se metía dentro, y el perfume de los naranjos y de las rosas se pegaba con más fuerza al paladar, como si se espesase y adquiriese más pesadez.

Otra vez se volvieron a dormir los dos viajeros.

Se despertaron casi a un tiempo. El sol descendía hacia la superficie del mar iluminando su sábana azul con un torrente de claridad. El aire era ahora más fresco y parecía más ligero.

La nodriza, con el corpiño abierto, los mofletes sucios y la mirada sin brillo, jadeaba; y exclamó con voz fatigosa:

-Desde ayer no he dado el pecho, y estoy mareada, como si fuera a desmayarme.

El joven no contestó, porque no supo qué decir. Ella prosiguió:

-Con la cantidad de leche que yo tengo, es indispensable dar de mamar tres veces al día; de lo contrario, se siente una molestia. Es como si llevase un peso sobre el corazón, un peso que me impide respirar y que me deja aplanada. Es una desgracia el ser tan abundante de leche.

Él murmuró:

-Sí. Es una desgracia. Eso debe de molestarla mucho.

En efecto, daba la impresión de estar muy enferma, agobiada y a punto de desfallecer. Dijo con voz apagada:

-Con sólo apretar encima, sale la leche como de una fuente. Es un espectáculo curioso. Parece increíble. Todos los habitantes de Casale venían a verlo.

-¡Ah, sí! -exclamó el joven.

-Como lo oye. Se lo haría ver a usted, pero con eso no adelanto nada. De esa forma no sale toda la cantidad que en este momento necesitaría.

No dijo más.

El tren se detuvo. En pie, junto a una barrera, estaba una mujer que tenía en sus brazos a un niño que lloraba. Era encanijada y harapienta.

La nodriza, que la contemplaba, dijo con voz de lástima:

-Ahí tiene usted una a la que yo podría aliviar. Y a mí me podría dar un gran alivio su pequeño. No soy rica, y la prueba está en que dejo mi casa, mi familia y al último hijo que he tenido para colocarme; pues con todo eso, daría a gusto cinco francos para que me dejase diez minutos a ese chico y poder darle de mamar. El niño se sosegaría y yo también. Sería como darme nueva vida.

Se calló otra vez. Luego se pasó varias veces la mano febril por la frente sudorosa, y se lamentó:

-No puedo aguantar más. Creo que me voy a morir.

Y se abrió completamente el corpiño con gesto inconsciente.

Surgió a la vista el seno derecho, enorme, tenso, con su pezón moreno. La pobre mujer gimoteaba:

-¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mío! ¿Qué voy a hacer yo?

El tren se había puesto otra vez en marcha y seguía su camino por entre flores que exhalaban el penetrante aroma de los atardeceres tibios. De cuando en cuando se descubría un barco de pesca que parecía dormido sobre el mar azul, con sus blancas velas inmóviles, reflejándose en el agua como si hubiese otro barco boca abajo.

El joven, confuso, balbució:

-Señora... Tal vez yo mismo... podría aliviarla.

Ella le contestó con voz entrecortada:

-Desde luego...; si es usted tan amable. Me haría usted un gran favor. No puedo resistir más; no puedo resistir más.

El joven se arrodilló delante de ella, y la mujer se inclinó, poniéndole en la boca, con gesto de nodriza, su pezón moreno. Al cogerlo entre sus dos manos para acercarlo al hombre, apareció en la punta una gota de leche. El joven se la bebió con avidez, cogiendo entre sus labios, como un niño recién nacido, aquella teta pesada, Y se puso a mamar glotonamente, con ritmo regular.

Se había cogido a la cintura de la mujer con sus dos brazos y se la apretaba, para acercarla más; y bebía a tragos, lentamente, con movimiento del cuello igual al de los niños.

De pronto le dijo ella:

-Ya me ha descargado bastante de ésta. Coja ahora la otra.

La cogió, con docilidad.

La mujer había puesto sus dos manos encima de las espaldas del joven y respiraba profundamente, con felicidad, saboreando el aroma de las flores que se mezclaba con las corrientes de aire que la marcha del tren precipitaba dentro de los vagones.

-¡Qué bien huele! -dijo ella.

El joven no contestó; seguía bebiendo de aquel manantial de carne y cerraba los ojos como para saborear mejor.

Ella lo apartó con suavidad.

-Basta. Me siento mejor. Esto me ha dado vida y tranquilidad.

Se levantó él, enjugándose la boca con el revés de la mano.

Y ella le dijo, al mismo tiempo que se metía dentro del corpiño aquellas dos cantimploras vivientes:

-Me ha hecho usted un gran favor. Se lo agradezco mucho, señor.

Pero el joven le contestó con acento reconocido:

-Soy yo quien le da las gracias, señora. ¡Llevaba dos días sin probar bocado!


Guy de Maupassant.

jueves, abril 25, 2013

Busco…


—En Oxford Street —me dijo— repetiré los pasos de De Quincey, que buscaba a su 
Anna perdida entre las muchedumbres de Londres. 

—De Quincey —respondí— dejó de buscarla. Yo, a lo largo del tiempo, sigo 
buscándola.

Jorge Luis Borges, Ulrica, en El libro de arena,  1975.

lunes, abril 22, 2013

Diana

Aparece por el lado izquierdo del escenario. Al final, como siempre. Como siempre olvido lo rubia que es. ¿Por qué? Hemos llegado puntuales a la cita. Pero sólo nosotros y unos cuantos más. Cuando ha transcurrido más de una hora del inicio hay quien sigue llegando y distrayéndonos. Lleva puesto un vestido corto, del exacto color de las flores de jacaranda, —las que siempre me recuerdan a ti— con adornos negros a manera de encajes encima y zapatillas de tacón negras de charol. Aunque los no enterados digan que ésta es su tercera visita, en realidad es la cuarta. He venido a todas menos a la primera; únicamente porque me enteré un día después de la presentación. Después de las usuales exclamaciones —mas bien pocas—, ocupa junto con su trío, su lugar. Y empieza el deleite con la canción de bienvenida: I love being here with you. Después de los aplausos, sigue con Let's fall in love, que también arranca unas cuantas aclamaciones que suponen de rigor quienes las profieren. Inmediatamente, la primera sorpresa de la noche: del Love Scenes, You call it madness, con la misma formación escuchada en el álbum. ¡Pero qué diferencia vocalmente! Prácticamente es otra canción la que nos lleva por un camino totalmente opuesto al que propone la letra. Y es aquí donde puedo comprobar que los asistentes no tienen ni la mínima idea de a quién están escuchando; lo sé por la escasa respuesta al finalizar su interpretación. Finalmente nos da la bienvenida y charla con nosotros. Cinco años han pasado desde la última vez. ¡Cinco! Y pensar que no iba a acudir esta vez. No acabo de creer que esté aquí: a pesar que lo supe desde febrero. Algo verdadero para celebrar este 2010. Y aunque de su grupo anterior sólo queda Anthony Wilson, todos son excelentes músicos: cumplen y rebasan las expectativas. Ahora se acercan a dos cortes de su más reciente álbum, Quiet nights; en segundo lugar el tema homónimo, antecedido por So nice. Bossa nova reinterpretada, y que por lo tanto, no puedo dejar de escuchar una y otra vez. A continuación, de All for you, A dedication for Nat King Cole Trio, Deed I Do que usualmente no estaba en programa de gira. Seguido por Exactly like you dedicada a su esposo. Enseguida, otra sorpresa más: al escuchar el nombre de Tom Waits, pienso inmediatamente en algún tema del disco The girl in the other room, mas no es así; se trata del tema no grabado aún: Rain Dogs.

Para seguir con los temas inéditos interpreta a solas y de forma única, otra vieja conocida pero escuchada en vivo la mayor parte de las veces, But not for me. Cualquiera que oiga su manera de darle sentido a las notas a solas con su piano, se dará cuenta que es una excelente interprete de jazz. Qué manera de hacer siempre más con los menores recursos. Terminada de esta delicia, un tema de suyo consentido, Boulevard of broken dreams, éste ejecutado de forma diferente a como fue plasmado en All for you. Misma dotación, corte: por lo tanto muy parecido; pero otra manera de frasear y por esto mismo nuevo, diferente. Estamos por llegar al final, lo sé porque a parte de no perder sus movimientos con los prismáticos, interrogo al reloj constantemente, Y siguen las novedades: un tema clásico, standard, pero que en su momento costó encontrar, incluso saber de su existencia: Cheek to cheek, a banda completa y extendido; el final cercano parece que hace a los intérpretes ejecutar su arte con toda la maestría que la experiencia puede dar. Aplauso atronador, estruendoso; llamado para salida a escenario nuevamente y bis, todo en uno; dos, tres ráfagas de ovaciones, más palmas. Segundos expectantes que la devuelven junto con el guitarrista, para un cierre que sigue haciendo uso de repertorio sin grabar, aún, en disco. De Bob Dylan y con el "sencillo" acompañamiento de Anthony Wilson, Simple twist of fate. Vaya forma de interpretar un tema que vuelve y vuelve, como rondó. Regresado al escenario el resto del cuarteto, y como por coincidencia del grito de una fanática que lo pide desde hace rato, atacan con The look of love, del álbum homónimo. Con ese cambio en la introducción y en la acentuación, crean una nueva canción completamente. E inmediatamente después y para concluir ahora sí, del más reciente álbum, Quiet nightsThe boy from Ipanema en vez de The girl from Ipanema, recogido a dueto con Rosemary Clooney en una grabación del año dos mil llamada Brazil, with John Pizzarelli. El acabose, final de apoteosis para una melodía favorita del público en general, familiarizado con los ritmos latin. Cascadas de aplausos respondidos con reverencias de la banda en pleno, y presentación de cada integrante del grupo; pero una vez fuera del escenario, las luces encendidas aniquilan la magia y nos devuelven a la realidad luego de vivir una noche de lluvia y excelente música que nos deja muy buen sabor de boca, llena de sonidos que nos acompañarán por largo tiempo en el recuerdo. 

Ocurrió el seis de abril, MMX, después de las 20:30 hrs.

jueves, abril 18, 2013

Precio

»El miedo es producto de la imaginación, es un castigo, es el precio de la imaginación«.
Thomas Harris, Dragón Rojo, 1981.

viernes, abril 12, 2013

Visitaciones

Una mujer que conozco ha venido a visitar la casa.
Puedo verla mientras hace el recorrido desde el vestíbulo hasta el cuarto donde el polvo yace.
Sigue la ruta de los grillos. Toca con las manos de aliento los espejos.
Despacio llega frente a mí. Con el rostro cubierto por el velo de los años me mira.
Habla serena sin mover los labios. Habla conmigo, el que duerme a mi lado.
En otro lugar del mundo, al mismo tiempo, yo de pie frente a la cama de una mujer que sueña y me conoce.

Óscar Santos.

miércoles, abril 10, 2013

Estudios

2.
Yo sé que te amo
porque nunca las ausencias fugaces
me dejaron el viento tan vacío,
tan ciego y silencioso.
Yo te veo los lunes y los miércoles.
(Los martes son perfectos,
porque te vi la víspera y al día
siguiente voy a verte.) Pero en los
días adelante
el color de tus ojos, tus cabellos
a fuego lento —miel en sombra—
tu figura
que a cada instante se escultura y tiene
la belleza infalible de las manos
puestas a hacer el mundo, mejor siempre…
En esos días siguientes,
en que todo es domingo por la tarde,
hipótesis y espacio,
tiendo la cuerda floja de esos días
y echo a bailar el adjetivo heróico
que sirva a tu persona, sin mirarte,
obediente, adivino, enamorado,
virrey de tu esperanza y tu deseo,
velocidad, nivelación constante,
de tus pies, tus manos,
orilla de tu sombra, rebosante.
Tú nada sabes.
¡Si alguna vez me vieses con mis ojos!
¡Si a ti perfecto fuera el martes
por lo mismo que a mí…! Si fueras tú
quien pusiera palabras al silencio
que yo vierto ante ti, porque hoy no puedo
sino callar, y apenas en la rueda
colegial encender una mirada
para apagarla pronto y estrechar
tu mano y despedirte con las mismas
palabras que les digo a los demás.

Carlos Pellicer. Julio, 1931.

domingo, abril 07, 2013

Atroz luna

Mais, vrai, j'ai trop pleuré! Les Aubes sont navrantes.
Tout lune est atroce et tout soleil amer:
L' âcre amour, m'a gonflé de torpeurs enivrantes.

Más de verdad, lloré demasiado! Las albas son desoladoras.
Toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpes embriagueses.

Arthur Rimbaud, Le bateau ivre (El barco embriagado), fragmento.

sábado, abril 06, 2013

Efímero don

LYCIDAS
Donum forma breve est; nec se tibi comnodat annis.

LÍCIDAS
breve don la belleza, no se te presta por años.

Tito Calpurnio Sículo, Égloga XI, Eros, v. 24.

jueves, abril 04, 2013

Ocio

CORYDON

Ipse polos etiam qui temperat igne geluaque,
Jupiter ipse parens, […]
[…] abes, posito paulisper fulmine saepe
Cressia rura petit, viridique reclinis in antro
Carmine Dictaeis audit Curetica silvis.


CORIDÓN

Aun el mismo que tiempla los polos con fuego y con hielo,
el mismo padre Jove, […]
[…] por breve tiempo, depuesto el rayo, a menudo
de Creta marcha a los campos y, acostado en verde cama,
de los Curetes oye en las selvas dicteas el canto.

Tito Calpurnio Sículo, Égloga IV, César, vv. 92-96.

miércoles, abril 03, 2013

Oda sobre la melancolía

I
No vayas, no vayas al Leteo y extraigas del acónito
Firmemente arraigado, su licor venenoso,
Que no bese tu pálida frente la belladona
fruto color rubí de Proserpina;
No formes un rosario con las bayas del tejo,
No permitas que sea escatabajo o fúnebre falena
Tu dolorida Psique, ni el búho compañero
En los misterios de tu gran pesar;
Si no sombras y sombras vendrán igual que un sueño muy profundo
Y ahogarán la despierta angustia de tu alma.

II
Pero cuando la carga mlancólica caiga
De pronto de los cielos como llanto de nube
Que alimenta las flores de abatido semblante
Y que oculta el verdor de la colina tras mortajas de abril,
Hunde entonces tu pena en una rosa al alba
O en la irisada ola, rota en sal en la arena,
O en el rico esplendor que encierran las redondas peonías;
O si tu amante muestra algún crecido enojo
Toma su suave mano, deja que se enfurezca,
En sus incomparables ojos bebe profunda y hondamente.

III
Melancolía hay en lo que es bello, lo que es bello y que muere;
En la alegría se lleva siempre la mano hasta sus labios
Diciendo adiós y al lado del doloroso gozo,
Que se torna veneno al beber de él tu boca como abeja:
¡Ay! que en el mismo templo del deleite
Oculto guarda la melancolía su soberano trono
No observado por nadie salvo por quienes con sus fuertes lenguas
Deshacen contra el fino paladar las uvas del placer
Etonces saborean la tristesza del poder que ella tiene
Y pasan a engrosar su galería de umbrios trofeos.

John Keats, en Belleza y Verdad: Antología poética de John Keats.

martes, abril 02, 2013

Warsaw Timelapse



Camino por las calles de Varsovia.
Es verano y hace calor…
Tal vez estoy muerto.
La belleza o lo perfecto
tiene ese efecto: no lo creo.
Es hora del regreso: ¡resucita!