domingo, septiembre 20, 2015

El color de la luna


¡Quién pudiera decirnos el color de la luna!
Los pintores jamás tuvieron la fortuna
de sorprenderlo. Nunca lo definió el poeta.
No tiene nombre en el habla, ni tono en la paleta.

Hace miles de años que los tristes la miran.
Hace miles de años que los novios suspiran
de pena o de placer a su luz oportuna,
¡y nadie sabe aún el color de la luna!

De fijo que no es oro, de fijo que no es plata
ni nácar ni alabastro, esa claridad grata,
para la dicha, cómplice; para el dolor, discreta;
Farol de los ausentes y de la serenata,
sudario misterioso de un ya muerto planeta.

Los que hemos contemplado tras los reveladores
Vidrios de un objetivo esos terminadores
que fingen filigranas tenues, inmateriales
casi; los que, asomados a los limpios cristales
del ocular, miramos amanecer en esas
montañas que destacan de las sombras espesas
cada cúspide cual estrella diminuta,
mientras yacen sus moles en tiniebla absoluta;

los que vemos ¡oh luna!, esa luz cenicienta
que en tu hemisferio oscuro tímida nos orienta
y que proviene acaso de nuestro fulgor mismo,
del claro de la tierra, que a través del abismo
va a alumbrarte en las noches, apreciamos mejor
el raro y delicioso matiz del tu fulgor.

Mas, a pesar de todo, comprendemos también
que no existen palabras que lo concreten bien;
y que hay en ese beso divino que nos das
el prestigio celeste de que nunca jamás
podremos definirlo con expresión completa:
¡no tiene nombre en el habla ni tono en la paleta!

¿Quien lograra en futuras edades, la fortuna
de acertar a decirnos el color de la luna?


Amado Nervo, Serenidad.

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