martes, diciembre 19, 2006


Reconstruir los pasos de Miranda en la Antequera, es difícil y sencillo a la vez. Los sitios y el cielo son los mismos: imaginarla fácil. El camino que la llevó y me trajo también es igual; la monotonía y la majestad son otra cosa. Porque si bien el monótono camino para llegar fue igual para ella y para mí, la magnificencia del paisaje a mí me minimiza, me abisma; mientras a ella la deja indiferente, la aburre y la duerme. Miranda dormida camino de la tierra entre las nubes y yo aprendiendo a fumar por una mujer. La rubia y sencilla cauda de Miranda en medio de la verdinegra noche oaxaqueña acompañada de todo lo que es igual a ella; no está sola. Y el velo de Isis que se descorre y por sólo un instante me muestra y hace huésped del paraíso. En esta noche de frío y estrellas todo queda claro para mí: nadie elude a su ciego destino. Tampoco yo. Ésta es la Epifanía. Después todo vuelve a su sitio. Ciudad de extraños, pero curiosamente los mismos de siempre, ésta como todas las demás: maravillosamente horrible. El espacio se acaba como también el tiempo. Animales de costumbres, Miranda salvaje vuelve a la tundra blanca que le hizo nacer, mientras desespero por volver a las mías: hastío conocido pero necesario para mitigar éste otro hastío. Necesidad de silencio, y de gritarlo a los cuatro vientos. Soledad sentida a lado de Miranda. Certeza de que todo quedará inconcluso. Igual que el mundo.

A mis fantasmas.

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