lunes, agosto 24, 2009


Cinco sonetos inéditos de Borges





En el centésimo décimo aniversario del natalicio de Jorge Luis Borges, les presento cinco sonetos inéditos del escritor universal nacido en Argentina. Para la apasionante y borgeana historia de estos poemas, visiten el sitio de la revista Letras Libres, o mejor, adquieran el número de agosto de este año. No los decepcionará. Recuerden que el enlace de la versión en línea cambiará terminando este mes. ¡Hasta pronto!






Aquí. Hoy

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.



El Minotauro

Encorvados los hombros, abrumado
por su testa de toro, el vacilante
Minotauro se arrastra por su errante
laberinto. La espada lo ha alcanzado
y lo alcanza otra vez. Quien le dio muerte
no se atreve a mirar al que fue toro
y hombre mortal, en un ayer sonoro
de hexámetros y escudos y del fuerte
batallar de los héroes. Ilusoria
fue tu aventura, trágico Teseo;
de la biforme sombra la memoria
no han borrado las aguas del Leteo.
Sobre los siglos y las vanas millas
ésta da horror a nuestras pesadillas.



Méjico 564

Los órdenes de libros guardan fieles
en la alta noche el sitio prefijado.
El último volumen ha ocupado
el hueco que dejó en los anaqueles.
Nadie en la vasta casa. Ni siquiera
el eco de una luz en los cristales
ni desde la penumbra los casuales
pasos de vaga gente por la acera.
Y sin embargo hay algo que atraviesa
lo sólido, el metal, las galerías,
las firmes cosas, las alegorías:
el invisible tiempo que no cesa,
que no cesa y apenas deja huellas.
Ese alto río roe las estrellas.



All our yesterdays

Me pesan los ejércitos de Atila,
las lanzas del desierto y sus batallas;
de Nínive, ahora polvo, las murallas
y la gota del tiempo que vacila
y cae en la clepsidra silenciosa,
y el árbol secular en que clavada
fue por Odín la hoja de la espada
y cada primavera y cada rosa
de Nishapur. Me abruman las auroras
que fueron y que son, y los ponientes;
Tiresias y el amor de las serpientes
y las noches, los días y las horas.
Sobre la sombra que ya soy gravita
la carga del pasado. Es infinita.



Gratitudes

¡Cuántas hermosas cosas! Los confines
de la aurora del Ganges, la secreta
alondra de la noche de Julieta.
El pasado está hecho de jardines.
Los amantes, las naves, la curiosa
enciclopedia que nos brinda ayeres,
los ángeles del gnóstico, los seres
que soñó Blake, el ajedrez, la rosa,
el Cantar de Cantares del hebreo,
esa flor que florece en el desierto
de la atroz escritura, el mar abierto
del álgebra y las formas de Proteo.
Quedan tantas estrellas todavía;
suspendo aquí mi vana astronomía.


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