martes, marzo 21, 2006



Jaime Sabines

1926-1999

Für Ulrikke,
meine liebe freundin,
meine freude.

El 19 de marzo de este año el poeta y maestro de vida Jaime Sabines cumplió siete años de no sufrir más, como él mismo decía, de todo lo que la vida ofrece; tanto bueno como malo. Siete como podríamos decir ocho; demasiado tiempo sin la presencia física, sin saber que el hombre que aprendió y nos enseñó tanto de los silencios, de la vida y de la muerte, estaba entre nosotros. He de confesar que a Sabines lo conocí más bien tarde; aunque escucho dentro de mí una voz de timbre conocido y querido, que me dice “a tiempo”. Por allá de 1991 o 1992, mi padre nos llevó a madre, hermano y a mí, al palacio de Bellas Artes a un homenaje lírico-musical organizado por el gobierno del estado de Veracruz para el flaco de oro, Agustín Lara. Ahí entre las canciones que me eran tan familiares escuché en voz del declamador por vez primera el poema Los Amorosos. Mucho tiempo tendría que pasar todavía para tener entre mis manos el libro de poesías que tanto significó, que tanto significa.

Historia de un libro
Seis o siete años después en una librería de Coyoacán, indeciso y sin una idea previa de qué libro escoger, me encontré con el pequeño libro azul de Sabines; no tuve que pensarlo demasiado, el recuerdo de aquella primera impresión de su poesía y el deseo de compartirlo con mi amiga fueron razón suficiente. Pero para que esto último sucediera, tendríamos que esperar tanto ella como yo mi regreso de un viaje tampoco planeado; sin embargo la voz del poeta chiapaneco me acompaño, me enseño otra manera de ver y entender al mundo; de conocerse y conocer a los demás, en fin, de compartir, que es lo que significa cualquier viaje. En las horas de angustia compartida, la voz de Sabines fue lapidaria pero esclarecedora; en las de dicha y goce compartido, celebrante y cómplice por los gustos y las alegrías finalmente alcanzadas... y también anuncio, advertencia del, porvenir. Finalmente después del viaje de los descubrimientos, mi libro que llegó a ser nuestro, cambió de manos; pero provocó, sin yo decirlo, que a mi alrededor también leyeran, se encontrasen ellos mismos en las palabras del poeta.

La muerte
Poco después y en un día en que no veía nada, asistí al homenaje que la Universidad Nacional Autónoma de México dedicara al poeta. Fui de los privilegiados que sí logramos entrar al coro y demás lugares de la sala Netzahualcóyotl; en ese por tantos motivos borroso día, parecía que todos confluíamos hacia el recinto, porque recuerdo que la facultad se empezó a vaciar poco antes de la hora acordada y que por todos lados la gente caminaba rumbo al encuentro. Mas tarde me enteré que fue tal la afluencia, que las salas aledañas televisaron el encuentro y que aun así hubo muchos que no alcanzaron lugar. De esa vez, recuerdo que el poeta conmovido leyó por más de una hora en su silla de ruedas y que a cada verso nuevos significados lo revestían, nuevas sensaciones recién vividas le acompañaban; éramos otros, somos otros en la cercanía de la voz de Sabines.

Y entonces un día finalmente la muerte alcanzó a Jaime; qué desolación al enterarse; qué vacío de no saberlo cercano, vivo, aquí entre nosotros; qué injusticia no verlo más y que otros se quedaran. Darnos cuenta que nos haría falta, como si fuera nuestro abuelo o tío; esto sentimos muchos, que era una parte tan importante de nosotros, como alguien de nuestra familia: Todos los que se volcaron a rendirle último homenaje, a acompañarlo a esa soledad de la muerte.

Finalmente, me hice mucho tiempo después de otro libro suyo. Y aunque también ése cambió de manos, siento que fue lo mejor, porque habita -espero- en el corazón de alguien mas, cercano a mi, como el mismo Jaime. Sirva esto, como sencillo homenaje a una vida que cambió no sólo mi vida, sino la de muchos cercanos a mí, y tantos otros, muchos mas que no conozco, pero que nos reconocemos en la sabiduría del poeta Jaime Sabines.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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